En la primera entrega sobre cómo entender el fin de los tiempos, presenté dos preguntas cruciales: (1) ¿Debemos distinguir entre Israel y la Iglesia para entender la profecía del fin de los tiempos que trata sobre el regreso de Jesús y el reino de Dios en la tierra? y (2) Dado que las promesas del Antiguo Testamento dadas por Dios a Israel a través de pactos son parte del reino terrenal de Dios, ¿cómo debemos interpretar esos pactos? En este debate profundizaremos en el pacto con Abraham y en cómo el hecho de considerar que este pacto ya se ha cumplido o no da lugar a diferentes posturas sobre la profecía del fin de los tiempos.
La mayoría de los estudiosos de la Biblia que se dedican a las profecías del fin de los tiempos asumen que debemos esperar cosas en el futuro como un milenio literal después del regreso de Jesús. Un importante paso preparatorio para esto fue, según esta opinión, el restablecimiento de Israel como nación-estado en 1948.
Aunque estas ideas se defienden sobre la base de la interpretación literal, en realidad se derivan de la expectativa de que las promesas sobre la tierra hechas a Abraham (y por tanto a Israel) siguen vigentes y aún no se han cumplido. Esta expectativa se basa a su vez en la suposición de que estas promesas eran incondicionales: que la desobediencia de Israel a la Ley de Moisés, otro pacto que Dios hizo con Israel, no anuló las promesas de la tierra.
El Pacto Abrahámico: ¿Promesas condicionales o incondicionales?
Empecemos por lo que es seguro. Podemos estar bastante seguros de que se pusieron condiciones para heredar las promesas del pacto abrahámico. Para ello, basta con leer algunos pasajes del Antiguo Testamento. Los puntos de partida de esta alianza son Gn 12,1-3 y Gn 15,1-7. Este último pasaje es el que incluye una ceremonia de alianza y amplía la promesa de la tierra de Gn 12:2. En Gn 15:7-16, Dios promete la tierra a Abraham y a sus descendientes. Sólo Dios pasa a través de los animales sacrificados y preparados ritualmente, sellando el pacto (Gn 15:17-21). Parecería que, puesto que sólo Yahweh pasa a través de los animales sacrificados, Dios sólo se obligaba a sí mismo a cumplir las promesas, no a Israel. Pero esa es una conclusión errónea.
Mientras que el cumplimiento de las promesas depende de la capacidad de Yahweh, es una cuestión totalmente diferente quién será el receptor de las promesas que Yahweh cumpla. En efecto, Yahweh cumplirá la promesa de la tierra a alguien de alguna manera; ésa es la parte incondicional. Pero quién las reciba depende de unas condiciones, a saber, una lealtad creyente a Yahweh y a su verdad en el camino.
En Génesis 12:1-3, el primer pasaje con respecto al Pacto con Abraham, vemos que Abraham obedece lo que se le dice («y él [Abraham] fue»; Génesis 12:4). Tras la ceremonia del pacto de Génesis 15, Dios reitera el pacto en Génesis 17:2. Pero Gén 17:1 establece una condición clara. He aquí los dos versículos juntos:
Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el Señor se apareció y dijo:
—Yo soy el Dios Todopoderoso. Anda delante de mí y sé íntegro. Así confirmaré mi pacto contigo y multiplicaré tu descendencia en gran manera.
Obsérvese que el lenguaje del v. 2 se refiere claramente al pacto anterior de Gn 12 y 15. Pero esta vez hay una condición clara: «Anda delante de mí y sé íntegro». En Gn 17:6-8, Dios repite todos los elementos del pacto original, por lo que el contexto de estas condiciones es seguro:
Te haré tan fecundo que de ti saldrán reyes y naciones. Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto eterno, por todas las generaciones. Yo seré tu Dios y el Dios de tus descendientes. A ti y a tu descendencia daré, en posesión perpetua, toda la tierra de Canaán, donde ahora vives como extranjero. Y yo seré su Dios.
Entonces Dios exige que Abraham y todos los de su familia se circunciden (Gn 17:9-14), otra condición. Este es el punto: En el contexto original de este pacto, sólo los descendientes circuncidados de Abraham -aquellos obedientes a la estipulación del pacto- eran elegibles para recibir las promesas. Negarse a obedecer significaba que no ibas a ser parte de las promesas. En última instancia, Dios se aseguraría de que las promesas se cumplieran (su plan no se frustraría), pero la persona que se negara a obedecer no estaría en el extremo recibidor.
Vemos más de esta condicionalidad en Génesis 18:17-19. Los elementos duales son muy claros:
Pero el Señor dijo para sus adentros: «¿Ocultaré a Abraham lo que estoy por hacer? Es un hecho que Abraham se convertirá en una nación grande y poderosa, y en él serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Yo lo he elegido para que instruya a sus hijos y a su familia, a fin de que se mantengan en el camino del Señor y pongan en práctica lo que es justo y recto. Así el Señor cumplirá lo que ha prometido».
El lenguaje condicional no termina aquí. En Génesis 22:15-18, la historia del (casi) sacrificio de Isaac por parte de Abraham, vemos muy claramente que las promesas a Abraham estaban supeditadas a su fidelidad. Abraham obedeció la espeluznante orden de Dios de sacrificar a Isaac -sólo la propia intervención de Dios salvó la vida de Isaac. Después de que Dios intervino para detener a Abraham, leemos esto:
Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.
El texto no puede ser más claro: Dios cumpliría las promesas a Abraham y a su descendencia porque Abraham obedeció (v. 18). Y Dios efectivamente multiplicó la descendencia de Abraham y les dio la tierra prometida siglos después de la muerte de Abraham. Pero la conquista de esa tierra no fue completa (Jueces 1) según los parámetros de la tierra delineada a Abraham (Gn 15:18-20). Eso naturalmente sugiere que los descendientes de Abraham necesitaban continuar la conquista y obedecer a Dios para obtener la promesa completa y permanecer en la tierra. Esto es precisamente lo que leemos en Levítico 26, y el requisito de que Israel no adorara a otros dioses para no ser expulsado de la tierra es muy claro:
14 Pero si no me oyereis, ni hiciereis todos estos mis mandamientos, 15 y si desdeñareis mis decretos, y vuestra alma menospreciare mis estatutos, no ejecutando todos mis mandamientos, e invalidando mi pacto, 16 yo también haré con vosotros esto:… 27 Si aun con esto no me oyereis, sino que procediereis conmigo en oposición, 28 yo procederé en contra de vosotros con ira, y os castigaré aun siete veces por vuestros pecados. 29 Y comeréis la carne de vuestros hijos, y comeréis la carne de vuestras hijas. 30 Destruiré vuestros lugares altos, y derribaré vuestras imágenes, y pondré vuestros cuerpos muertos sobre los cuerpos muertos de vuestros ídolos, y mi alma os abominará. 31 Haré desiertas vuestras ciudades, y asolaré vuestros santuarios, y no oleré la fragancia de vuestro suave perfume. 32 Asolaré también la tierra, y se pasmarán por ello vuestros enemigos que en ella moren; 33 y a vosotros os esparciré entre las naciones, y desenvainaré espada en pos de vosotros; y vuestra tierra estará asolada, y desiertas vuestras ciudades… 38 Y pereceréis entre las naciones, y la tierra de vuestros enemigos os consumirá. 39 Y los que queden de vosotros decaerán en las tierras de vuestros enemigos por su iniquidad; y por la iniquidad de sus padres decaerán con ellos.
¿Se concedió a la Iglesia el Pacto Abrahámico cuando Israel pecó?
Todos conocemos la historia del Antiguo Testamento. Israel siguió a otros dioses. Dios los expulsó de la tierra. En efecto, Israel «desechó pecando» las promesas a través de su apostasía. Muchos intérpretes dicen que eso no importa. Señalan que los israelitas regresaron a la tierra después del exilio. Esto, dicen, nos dice que la promesa de la tierra sigue vigente y que un día se cumplirá totalmente en el reino milenario. El regreso de Israel a la condición de estado-nación en 1948 es preparatorio para el cumplimiento de la promesa de la tierra.
Pero hay un problema con este enfoque. Sólo Judá, el reino del sur compuesto por dos de las doce tribus de Israel, regresó realmente a la tierra. El resto fueron, como describe Levítico 26, «dispersadas al viento» y nunca regresaron. Varios pasajes del Antiguo Testamento consideraban el fin del exilio como la inclusión de las doce tribus -la totalidad de Israel y Judá, los reinos del norte y del sur- bajo el pastor davídico, el mesías (por ejemplo, Ez 37:15-23; Jer 33:4-16). Hasta que esto ocurra, Israel seguirá en el exilio.
Muchos estudiosos de la Biblia dicen que la respuesta a esta resolución completa y total del exilio es el reino milenario. Pero otros dicen que la resolución ya ha sucedido en los acontecimientos de la primera venida y particularmente en los acontecimientos de Pentecostés. Este punto de vista apunta a los acontecimientos del libro de los Hechos, donde los judíos que vivían en todos los lugares en los que se habían dispersado por el mundo conocido se reconciliaron con Dios mediante el evangelio de Cristo resucitado. El reino de Dios había llegado a todos los creyentes, una idea que parece indicar el comentario de Pablo de que los creyentes (gentiles en este caso) ya habían «sido trasladados al reino del hijo amado [de Dios]» (Col 1:13). También señalan pasajes como Gálatas 3:7-9 y 3:26-29, que dice explícitamente que después de la cruz, la semilla de Abraham era cualquiera -judío o gentil- que creyera en el evangelio. Y al hacer esta afirmación, Pablo cita el lenguaje del pacto abrahámico de Génesis 12 y 15:
7 Sabed, por tanto, que los que son de fe, estos son hijos de Abraham. 8 Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. 9 De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham…
26 pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; 27 porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. 28 Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 29 Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.
Y ahora las preguntas: ¿Renunció corporativamente el Israel nacional a las promesas? ¿Es por tanto el reino de Dios la Iglesia? ¿En qué nos basaríamos para esperar un reino nacional en Israel en el futuro si el cuerpo neutral a la circuncisión que llamamos la Iglesia heredó las promesas? Puesto que son los que *creen* los que heredan las promesas, lo que dice Pablo en Gálatas 3 tiene mucho sentido. Pero, ¿es ese el final de la historia? Curiosamente, el otro bando señalará que Pablo no menciona específicamente la promesa de la tierra del pacto en Gálatas 3. Esto se toma como prueba de que, a pesar de lo que dice claramente Gálatas 3, la promesa de la tierra sigue vigente. Otros, sin embargo, señalarán que la Iglesia es global, y por lo tanto el reino es toda la tierra.
¿Quién tiene razón?
Esperemos que el problema esté claro. La idea de un milenio y la suposición de que 1948 tiene algo que ver con el cumplimiento del pacto abrahámico (o con mantenerlo vivo en un sentido literal) no es en absoluto evidente a la luz de Gálatas 3. Y Gálatas 3 no es el único pasaje que dice tales cosas. Pero el otro bando tampoco es exactamente irrefutable. Uno tiene que hacer ciertas suposiciones que producen ciertas posiciones sobre el cumplimiento profético. No hay un punto de vista «obviamente bíblico».
Y hay mucho más que considerar que solo esto. Esto no es más que una cuestión.
Recursos:
- Craig A. Blaising and Darrell L. Bock. Progressive Dispensationalism (Baker Books, 1993)
- R. W. Pierce, “Covenant Conditionally and a Future for Israel,” Journal of the Evangelical Theological Society 37 (March 1994): 27-38
- J. J. Niehaus, “God’s Covenant with Abraham,” Journal of the Evangelical Theological Society, 56:2 (2013): 249-71
- Bruce K. Waltke, “The Phenomenon of Conditionality within Unconditional Covenants,” in Israel’s apostasy and restoration: essays in honor of Roland K. Harrison (ed. A. Gileadi; Baker Book House, 1988)
Link original: https://www.miqlat.org/understanding-the-end-times-2.htm